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Reinventarse o sucumbir a la crisis: “No puedo desaprovechar la oportunidad”

La pandemia ha obligado a un buen número de trabajadores y empresas a adaptar su actividad en lo que puede ser solo el comienzo de transformaciones de mayor calado. Estas son seis de sus historias

Antonio Martínez, Mari Carmen Horcas y la familia Martínez son algunos de los que se han reinventado por la crisis.
Antonio Martínez, Mari Carmen Horcas y la familia Martínez son algunos de los que se han reinventado por la crisis.

Cada cierto tiempo, un nuevo estudio avisa de que un tanto por ciento de los trabajos actuales no existirá en el futuro. Como consuelo, aparece la promesa de una oleada de profesiones, hoy desconocidas, que traerá la tecnología del mañana. Van asociadas a nombres que hasta hace poco sonaban a ciencia-ficción: inteligencia artificial, Internet de las cosas, big data, blockchain, robótica o la nube. Un informe del Foro Económico Mundial de finales de 2018 cifraba en 75 millones los puestos de trabajo que podían desaparecer hasta 2022, desplazados por el cambio en la división del trabajo entre humanos, máquinas y algoritmos —desde empleados de fábricas a personal de servicio al cliente—, aunque esperaba la irrupción de 133 millones de nuevos puestos de trabajo en ese tiempo —con los especialistas en tecnología y datos a la cabeza—.

Los analistas coinciden en que la pandemia se ha inmiscuido en ese destino actuando como un acelerador tecnológico. Pero ha introducido ciertas variantes. Más digitalización, más empleo medioambiental y más oportunidades de negocio en el ámbito sanitario para que la vida o la muerte de un enfermo en Madrid, Roma o París nunca más vuelva a depender de la velocidad a la que se carga un avión en Pekín.

Expertos como la catedrática de Berkeley Ulrike Malmendier creen que la transformación del mercado laboral no será solo unidireccional, impuesta desde las instituciones, sino que también habrá movimientos de abajo arriba: las secuelas psicológicas de ver la fragilidad del sector hotelero, de viajes o la restauración puede condicionar las elecciones laborales futuras e incentivar las opciones de más futuro.

Si la burbuja inmobiliaria fue el Pearl Harbour de la construcción, la pandemia lo está siendo para la hostelería. El Banco de España calcula que casi un tercio de las firmas dedicadas al sector pueden acabar siendo insolventes si la recuperación se retrasa. Los turistas volverán, pero el trauma de ver cómo la hiperdependencia de la barra y la terraza ha convertido a España en uno de los países del mundo más golpeados por la crisis deja como legado un debate sobre hasta qué punto es bueno colocar tantas fichas en un solo sector.

La llegada de los fondos europeos en 2021 puede asfaltar el camino para una diversificación del modelo productivo hacia la economía verde y digital. El viaje del garaje al cielo de los gigantes tecnológicos estadounidenses no habría sido posible sin un entorno de inversión que apoyara esas ideas incipientes. En el caso de España, con las peores tasas de empleo juvenil del continente, el camino empieza en la formación. Un informe del FMI publicado hace tres semanas llamaba a empresas y universidades a coordinarse mejor para desarrollar planes de estudio enfocados en la nueva realidad laboral.

Como se puede apreciar en este puñado de historias, entre la disyuntiva de reciclarse o morir, hay empresas y trabajadores que ya han aprovechado la pandemia para mudar de piel.


Una fábrica de plantillas reconvertida en muro contra el virus

ARNEPLANT | Arnedo (La Rioja)

“O hacemos un ERTE o contratamos a 160 personas”. Alfonso Ruiz, gerente de Arneplant, una firma de Arnedo (La Rioja), que se dedica a la fabricación de plantillas transpirables para el calzado, recuerda el dilema al que se enfrentaron el pasado 15 de abril. Todo dependía de que les homologaran una mascarilla para uso médico que habían fabricado con un diseño propio, empleando la misma maquinaria con la que fabricaban las suelas, y con la fuerza laboral de 40 empleados que hasta entonces hacían otra cosa. “Nos la homologaron”, relata con un suspiro de tranquilidad. Y empezaron la carrera.

Fábrica de Arneplant en Arnedo donde se producen mascarillas con maquinaria para hacer plantillas.
Fábrica de Arneplant en Arnedo donde se producen mascarillas con maquinaria para hacer plantillas.L. RICO

Contrataron a 160 personas cuando debido a los confinamientos —y al desplome de su mercado— estaban a punto de hacer un ERTE, y comenzaron a fabricar 50.000, 100.000, y finalmente 200.000 mascarillas diarias, ayudando al sistema sanitario de La Rioja, y de las comunidades circundantes con el suministro de mascarillas, pantallas de vinilo y batas para los equipos EPI. Se tuvieron que reinventar en el peor de los escenarios posibles, en medio de una crisis sanitaria y con gran parte de los mercados de proveedores cerrados o secuestrados. “Además lo hicimos con un producto que era casi cuatro veces más barato del que por aquellas fechas había en el mercado”, explica Alfonso Ruiz.

Pero ese no fue el único éxito de Arneplant, y tampoco el inicio del reto empresarial más importante al que se han enfrentado en muchos años. “El 20 de marzo, viernes, nos visitaron del Gobierno de La Rioja con un mensaje dramático. El sistema sanitario se quedaba sin trajes de protección EPI en tres días”, recuerda. Ese fin de semana movilizaron a más de 30 empresas de Arnedo para buscar materia prima, y a otras 350 personas confinadas. “Nosotros cortamos batas y toda esa gente en su casa las cosió”, cuenta Alfonso, casi emocionado. “En un fin de semana de infarto entregamos 7.000 batas al personal sanitario”. Les pasó lo mismo con las pantallas de vinilo. “Tuvimos una idea genial”, recuerda. La probaron un viernes, les dijeron que adelante, y ese mismo lunes empezaron a fabricar 30.000 al día “que nos pidieron de todos lados”. / PEDRO GOROSPE

Volver a estudiar para un mundo tecnológico

MARI CARMEN HORCAS | Mijas (Málaga)

Una mala noticia puede ser, a veces, la mejor de las noticias. Semanas antes de que la pandemia estallara, a los dueños del bar Doble sabor, regentado en Fuengirola (Málaga) por la familia de Mari Carmen Horcas, les subieron el precio del alquiler. Tras hacer cuentas, decidieron que no merecía la pena seguir. “Tuvimos suerte, porque otros en nuestra situación se han endeudado o han tenido que pedir ERTE. Nosotros tramitamos el desempleo antes de que colapsara el sistema”, explica Horcas.

Mari Carmen Horcas, que trabajaba como camarera, ha decidido hacer un máster.
Mari Carmen Horcas, que trabajaba como camarera, ha decidido hacer un máster.Garcia-Santos (El Pais)

Pese a haber estudiado Publicidad y Relaciones Públicas y contar con un máster en comunicación corporativa, los últimos siete años de esta joven malagueña han sido un largo paseo de la barra a la mesa. Como tantos otros jóvenes sobradamente preparados, no encontró hueco en el mercado laboral, por lo que se conformó con sumarse al negocio familiar. Servir la que, dice, era una de las mejores tartas de zanahoria de la Costa del Sol no le llenaba. “Era un trabajo donde no me sentía realizada, una rutina”, recuerda.

Cerrado el bar y con la pandemia en su apogeo, decidió darse una nueva oportunidad y regresar al mundo académico para cursar un máster semipresencial de márketing y comunicación digital en ESESA. Una vez superada la incertidumbre sobre cómo pagarlo gracias a facilidades por parte de la escuela de negocios, las sensaciones de volver a estudiar a los 32 años fueron un tanto extrañas. “Al principio me sentía una de las mayores de la clase, había pasado una década desde que me licencié, y la comunicación avanza muy rápido, te puedes quedar obsoleta”.

Ya metida en la vorágine diaria, esta lectora voraz de novelas y fanática del crossfit en el box La muralla, cree que ha tomado el camino correcto. “Con el confinamiento, el mundo se ha vuelto mucho más digital. No puedo desaprovechar la oportunidad. Me encantaría trabajar como redactora publicitaria, en comercio electrónico o redes sociales”.

Carpas contra la saturación sanitaria

CARPA 10 | Madrid

Antes del virus, la empresa Carpa 10 estaba acostumbrada a crear espacios para actos más bien festivos: de la noche a la mañana, levantaban carpas para conciertos, bodas, inauguraciones o juntas de accionistas en las que los canapés volaban de las bandejas de catering. Incluso para usos deportivos o militares. De repente, la gente dejó de casarse, los músicos de tocar y las empresas de hacer actos presenciales. Había llegado una pandemia. Los ingresos se desplomaron, Carpa 10, de 25 empleados, planteó un ERTE, pero no se sentó a esperar de brazos cruzados a que la cosa mejorara. Observaron una acuciante necesidad por cubrir derivada de la delicada situación sanitaria: la falta espacio en los hospitales.

Raquel Molinera, de Carpa 10, junto a la carpa en el Hospital Universitario HM Sanchinarro.
Raquel Molinera, de Carpa 10, junto a la carpa en el Hospital Universitario HM Sanchinarro.SANTI BURGOS

Envíaron información a los centros sanitarios y rápidamente obtuvieron respuesta. Habilitaron nuevos espacios en un tanatorio, montaron un hospital de campaña de 60 camas en Fuenlabrada y otro en el Hospital Universitario HM Sanchinarro de Madrid. Las carpas que antes servían para las emotivas ceremonias del sí, quiero, se adaptan al signo de los tiempos y ahora se preparan para hacer test, aislar pacientes con coronavirus y contar con salas de espera. “Tuvimos que reinventarnos. Detectamos rápidamente que el negocio de eventos iba a parar”, explica por teléfono Pedro Sánchez, director comercial y de marketing de Carpa 10.

Anticipándose a lo que está por venir, desde la empresa ya han previsto la posibilidad de que se permita a las farmacias realizar pruebas serológicas para detectar el virus, y están ofreciendo colocar sus carpas a aquellas que tengan una esquina grande o una plaza delante.

Sus precios y nivel de sofisticación varían mucho. Desde los 200 euros de las más pequeñas hasta una grande de 50.000 euros para un hospital de campaña con suelo, puertas, cerramiento, renovación de aire e iluminación.

De la recepción de un hotel a escribir una novela

ANTONIO MARTÍNEZ | Antequera (Málaga)

Antonio Martínez vive desde hace unos meses en un mundo nuevo de fantasía, magia y personajes fascinantes. Es un lugar donde ocurren misteriosas desapariciones ligadas con la llegada de una extraña niebla. Ahí se mueve a diario, prácticamente todo el día, mientras golpea con constancia el teclado de su ordenador. A sus 31 años, prepara la que espera sea su primera novela. Llevaba años rumiando el proyecto, pero nunca había conseguido tiempo para arrancarla. “Ahora tengo la historia completamente desarrollada y llevo más de la mitad del libro escrito”, dice orgulloso desde Antequera (Málaga), un municipio de poco más de 40.000 habitantes donde vive junto a su pareja y su madre en una casa en el campo.

El antequerano Antonio Martínez se ha propuesto escribir una novela tras perder su empleo de recepcionista.
El antequerano Antonio Martínez se ha propuesto escribir una novela tras perder su empleo de recepcionista. PACO PUENTES

Hace apenas unos meses, su vida era diferente. Residía con su chica, Blanca Gallardo, en un apartamento en Fuengirola. Allí trabajaba como recepcionista en el hotel Fuengirola Park, un complejo con más de 500 habitaciones. “Estaba muy contento, nos gustaba mucho la vida que teníamos allí”, cuenta el joven antequerano. La pandemia llegó y, con ella, el confinamiento, restricciones y cuarentenas, que alejaron el turismo de la Costa del Sol. El establecimiento cerró y Antonio quedó en el paro. La situación fue inédita para él —encontró empleo solo 15 días después de acabar sus estudios de Turismo—, pero lejos de agobiarse, buscó un nuevo proyecto.

Volvió a su localidad natal. Y pensó que era el momento de lanzarse a hacer lo que le más le apetecía. “Esta pandemia nos ha enseñado que no hay tiempo que perder”, subraya. Lector ávido, había ido apuntado ideas y perfiles de personajes en una vieja libreta. Así que la sacó, empezó a moldear una historia y ahora pasa mañana y tarde escribiendo entre campos de cultivo. “Sé que es complicado que la publiquen, pero me encantaría vivir de la literatura: es mi pasión”, dice Martínez, que cree que el turismo volverá en cuanto la población tenga su vacuna. En el hotel, que prevé abrir de nuevo cuando la situación lo permita, tendrá su red de seguridad laboral si la aventura literaria acaba sin éxito. “A ver cómo sale el futuro”, sentencia. / NACHO SÁNCHEZ

Una frutería sin ERTE gracias a Internet

JUAN GÓMEZ SELECCIÓN | Madrid

La familia Gómez consiguió salvar el año sin reducir personal gracias a las nuevas tecnologías. Pasó de vender frutas y verduras en mercadillos ambulantes de los alrededores de Madrid a despachar cientos de pedidos de toda España a través de su web. “Durante las primeras semanas de la pandemia vendíamos tanto que nos quedamos sin patatas ni cebollas. No nos había pasado nunca”, asegura Carlos Gómez. La fiebre, sin embargo, fue momentánea, y se apagó tras el primer estado de alarma. “A medida que volvió la normalidad, cayeron las ventas de la web”.

Carlos Gómez y su padre, Juan Gómez, en su puesto de  venta ambulante de fruta en Coslada.
Carlos Gómez y su padre, Juan Gómez, en su puesto de venta ambulante de fruta en Coslada.R. G.

Este milagro fugaz sirvió a Carlos y a su padre Juan para mantener a los cuatro trabajadores en plantilla. “Vendíamos menos que en la calle, pero nos daba para sobrevivir y no mandar a nadie al ERTE”, explica Carlos.

Otros compañeros de los mercadillos, sin presencia en la Red, no corrieron la misma suerte. “Hay gente que lo está pasando muy mal. Dejamos de trabajar de un día para otro, con las cámaras y los camiones llenos”. Además, la vuelta de la venta ambulante ha sido parcial en muchos municipios, en los que, para respetar las distancias de seguridad, se ha reducido el número de puestos y los vendedores se turnan para trabajar cada dos semanas.

A sus 35 años, Carlos es la nueva generación de una familia que se inició en el mundo ambulante hace cuatro décadas. Tras estudiar empresariales, decidió aplicar lo aprendido, y hace dos años abrió una página web para aumentar las ventas, pero hasta este año no había terminado de cuajar. Pese a haber actuado de salvavidas en momentos complicados, no tiene claro si la vía digital acabará funcionando en tiempos de normalidad. “La venta de fruta necesita del cara a cara. La venta por Internet ha vuelto a caer, aunque poco a poco va ganando terreno”.

De montar eventos a la educación medioambiental

INNA GLOBAL | Moraleja de Enmedio (Madrid)

“Desde el 10 de marzo hasta hoy, hemos facturado lo mismo que en un solo día antes de la pandemia”. Así de gráfica es la situación de José Luis García y Juan Carlos García, dos empresarios de Moraleja de Enmedio, en Madrid. Su empresa, Abania, se dedicaba a montar todo tipo de eventos, pero su fuerte eran los enfocados a los más pequeños: castillos hinchables, animación, talleres, fiestas populares… pero todo eso se vino abajo en marzo.

Juan Carlos García y José Luís García propietarios de la empresa Abania especializada en eventos infantiles, que en la actualidad distribuye material de desinfección para la pandemia.
Juan Carlos García y José Luís García propietarios de la empresa Abania especializada en eventos infantiles, que en la actualidad distribuye material de desinfección para la pandemia.R. G.

Ahora han apostado por adaptarse a los nuevos tiempos. “Decidimos darle una vuelta y hacer algo educativo de cara al futuro, vincular los eventos al tema del medio ambiente”, cuentan desde su oficina. Bajo un nuevo nombre, Inna Global, han reinventado sus talleres para combinar el entretenimiento con la educación ambiental, y pretenden llevar la idea a colegios y campamentos de verano. Como aún es pronto para materializar el proyecto debido a las restricciones, han montado un negocio temporal de venta de geles hidroalcohólicos, mascarillas y máquinas de ozono, y hacen de enlace entre farmacéuticas y empresas que quieren comprar material sanitario. “Es un parche para tener algo que dé ingresos, pero no nos apasiona”, reconocen.

Atrás han dejado buena parte de lo que habían levantado en los últimos ocho años. Del medio millar de contratos que solían tener por temporada, solo han cerrado ocho “microeventos” desde que estalló el virus. Han tenido que prescindir de los seis empleados que tenían y de los 300 que llegaban a pasar cada año por la empresa mediante contratos temporales entre monitores, animadores y demás personal. “Sentimos que hemos hecho daño a mucha gente que trabajaba con nosotros habitualmente, chavales que estudian y que se sacaban un extra en verano”.

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